Ayer leí un scribd, cosa que me gusta mucho, porque aunque se complica un poco, aunque son incómodos hay que reconocer que si alguien subió un scribd es porque el contenido vale la pena más allá de la dificultad que se presenta al leerlo. El tema era Clarice Lispector, las fotos eran como su referente, hermosas, misteriosas, dueñas de una sensualidad atemporal. El argumento de ese misterio era un problema en torno a su identidad, Clarice no se llamaba Clarice, se llamaba Haia, o Chaia, se pronuncia igual. Con esa aspiración sonora del idish que a mí particularmente me encanta.
El nombre significa vida, pero ¿qué clase de vida? La vida de alguien que perdió su nombre, que lo tuvo que abandonar vaya a saber porqué. Creo que la gente podría perder mi nombre completo, mi nombre partido en dos, mi nombre de pila, mi apellido siempre demasiado raro, demasiado distante y poco administrable, poca cosa en fin. A mi no me importa eso porque me podrían volver a nombrar, como un bautismo constante, una especie de renacer simbólico. Y quizás eso mismo pasa con Clarice, que nació y volvió a nacer.
No hay comentarios:
Publicar un comentario
Vidrios rotos