Esa mañana voy a la escuela caminando muy despacio, tan despacio que mi andar resultó sospechoso para dos chimangos que anidaban en unos eucaliptos gigantes. Cuando apuré el paso _mala idea_ vinieron detrás de mí. Rozaron mi pelo y realmente me asusté, porque no quería perder mis ojos.
Frente a la naturaleza hostil, la escuela se volvió refugio. Hasta que aparecieron las profesoras de geografía y prácticas del lenguaje.
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Vidrios rotos