domingo, 11 de noviembre de 2012

Lo intrascendente en Marosa

El caracol, esa espiral de humo que no crece, con el borde intensamente rosado, un querube, un quéramos exquisito. De pronto, saca la frente y los pies transparentes, y camina como un señor, una señorita de los cielos, de los fúnebres, tiene sordas bocinas sexuales. Es a la vez, el señor y la señorita. En ese pedacito blanco están Hermes y Afrodita; así, se detiene y se conjuga, solo. Y, luego, del segundo perturbador, prosigue, sobre las caras rosadas de las rosas, como una carroza, una miniporcelana trashumante.
Hasta que deja de mirar.
O cae al pasto esa cajita, redonda, desolada.

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