martes, 22 de noviembre de 2011

Masajes

Estoy en la clínica, me siento, espero, miro fijamente un aplique del techo... la verdad que es raro que la masajista me haga esperar 25 minutos ¿No se habrá olvidado de mí?
Hace mucho que no me hacía esta pregunta. Pero no, Bety no se olvidó de mí, ni yo de vos. Bueno, entro al pequeño consultorio y no digo nada, no me molesta esperar, no siempre. Suenan los Pimpinela y le digo a Bety que no, que puaghh... ella me entiende y pone chill out flamenco, suena la Mari, Paco de Lucía, El niño Josele, etc. Cada músculo era una cuerda tensada, nudo a nudo y el máximo relax. Tenía que contarle algo a Bety, pero me olvidé porque cuando tenía los ojos cerrados hizo sonar algo, no sé, algo parecido a un campanario a lo lejos. Resulta que eran unas bolas, unas chinerias de esas que se venden en el Once. La verdad que fue un sonido nuevo, me explicó Bety que si la persona está trabada _no sabe como_ las bolas no suenan.
Bolas que enmudecen, ok, que delirio, quizás aspiré demasiada aceite aromatizada. A Bety la entiendo, pero yo, yo ahora soy una persona que necesita masajes de vez en cuando. Respirar tanto aceite debe ser la única manera de evitar que se te pegue la esencia de los otros. Ahora que lo pienso el arte del masajista es arriesgado.

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